Tras acudir a la exposición de Media Star, no tengo duda de que me deslumbró la luz que Roberto Rébora materializa en sus cuadros. Sin embargo, no hubo uno que me metiera adentro de su espacio. ¿Por qué, como en un espejo, rebotaron mis ojos hacia el mundo exterior?
Porque Rébora nos muestra una forma diferente de apreciar la realidad, no por el isomorfismo, como lo pensé al principio, sino por la distorsión de la perspectiva entre las líneas repetidas a mano alzada, la combinación de colores y las secciones áureas bien delimitadas, buscando una salida del cuadro. «Esto que ves no es la realidad ―parecía decirme cada pintura―, la realidad está en otro lado. ¿Me sigues?, allá afuera…».
Y es curioso que en esos cuadros no haya sombras, como en las obras de arte musulmanas, pero sí construcciones luminosas, como esos templos budistas de Kyoto y Osaka. Rébora nos dice que lo que vemos no es lo importante, pues lo importante está en otro lado, afuera de los cuadros, y que su luz y su conformación están hechas para que volteemos a ver hacia afuera, aunque quizá no nos guste mucho lo que veamos.