Barb es bellísima pero quiere parecer fea, y para eso se disfraza de fea. En cambio Lily, sin ser deforme, es sencillamente horrorosa, de una «fealdad inoperable», pero compone una música que la hace parecer muy bella. Esto, claro, no es una novela realista: es una novela sobre nuestro tiempo, como si Lubitsch dirigiera un episodio de Friends. O como si Wes Anderson adaptara Diez negritos al cine. Porque aquí también hay un asesino suelto. Y un muerto que sigue enviando cartas. De eso va el libro, de eso y de la amistad, el suicidio y los porteros de edificios.
Amanda Filipacchi fue operada de estrabismo cuando tenía seis años, y sabe que la belleza depende del ojo que la mira. Sin embargo, y aunque La dichosa importancia de la belleza se ceba en la vanidad y en nuestra actual obsesión por el físico, Filipacchi nunca plantea lugares comunes; al contrario, escribe contra ellos.
La belleza tiene poder. Ahí está la tragedia.