VOGUE fue siempre mi favorita. De jovencita, iba hasta Holyhead sola¬mente para comprármela […] por lo general, no tenían más que uno o dos ejemplares. Lo que más me gustaba eran las fotografías, sobre todo las de exteriores. Con ellas viajaba a todo tipo de lugares exóticos, lugares donde se podía llevar aquella ropa. ¡Trajes de aprés-ski bajo los abetos nevados! ¡Pareos para la playa en islas bañadas de sol!
Al entrar en Vogue House una fría mañana londinense de 1968, cruzando aquel vestíbulo impersonal con paneles de madera a las diez menos cuarto de la mañana, una hora ya avanzada muy propia del trabajo en moda, me sorprendió de repente la idea de que aquel iba a ser el primer trabajo fijo de mi vida. El edificio no me resultaba desconocido porque como modelo había entrado en él muchas veces, y había subido en su ascensor hasta el sexto piso para que me hicieran fotos en los estudios de Vogue. Pero ahora todo iba a ser distinto. Ahora era editora de moda.