Para desaparecer. Para escapar de El Cairo, de sus revoluciones y de sus mentiras, de la ocupación inglesa y de los propios egipcios. Para ceder a la tentación del desierto. Para abandonarse a él y aceptar lo que le tenga reservado. Aunque sea la muerte.
Así concibe Mahmud la orden que recibe del gobierno egipcio de trasladarse al oasis de Siwa, un reducto de costumbres atávicas al oeste del país donde deberá imponerse como prefecto de policía y recaudar los impuestos que sus habitantes raramente aceptan pagar. Allí, donde otros tantos como él cayeron, se dirigirá acompañado de su esposa, Catherine, una irlandesa obsesionada con la Historia y con encontrar la tumba de Alejandro Magno, supuestamente oculta en aquel lugar.
Al llegar al oasis, Mahmud no solo penetrará en el espejismo de un pasado arcano, donde personajes salidos de algún momento perdido los recibirán con más escepticismo que confianza, sino que verá cómo allí el pasado mismo toma forma. Mahmud intentará huir del suyo, consiguiendo únicamente alimentar y multiplicar su presencia. Catherine perseguirá un pasado glorioso, lejano, para ver cómo se escapa entre sus dedos como arena del desierto. Un desierto que con un único y sencillo soplido podría enterrarlo todo y a todos bajo sus dunas.