Numerosos estudios afirman que, cada año, alrededor de un cuarto de la población que vive en países occidentales sufrirá, al menos, un trastorno mental diagnosticable. ¿Dónde situar el origen del alarmante aumento de diagnósticos relacionados con la salud mental? ¿Es este fruto de los avances de la psiquiatría y sus progresos o, más bien, se debe a las condiciones de la vida contemporánea, que construye nuevas patologías sociales? Brinkman presenta un análisis fascinante de una cultura, la nuestra, caracterizada por la obsesión de aplicar un lenguaje clínico en la relación con uno mismo y con el otro olvidando que las manifestaciones del sufrimiento no siempre caben en ese marco. Así, las preocupaciones existenciales, morales o políticas quedan reducidas a rígidos desórdenes psiquiátricos, a riesgo de perder de vista las fuerzas históricas y sociales que impulsan y afectan nuestras vidas. Contra la patologización de la vida cotidiana, este libro apuesta por la comprensión de la angustia y el sufrimiento desde el análisis filosófico, el lenguaje religioso, moral y político que, lejos del estrechamiento diagnóstico, representan otros recursos discursivos para entender las dolencias del vivir.