Boris Cyrulnik ha escrito uno de sus libros más ambiciosos, un texto de lectura gozosa, del que ya se han vendido más de 300.000 copias en Francia, que aclara y enseña cosas extraordinariamente útiles sobre un tema tan complejo como la enorme influencia de la conexión entre lo físico y lo espiritual, o entre lo neurológico y lo psíquico, en nuestro desarrollo personal dentro del mundo. Todo parte de una cuestión química: de la abundancia o escasez en nuestros cerebros de unos neurotransmisores determinados, cuya producción es estimulada por el cuidado y el cariño de los que nos rodean en nuestra infancia, depende que estemos más o menos capacitados para tomar la vida, con todas sus adversidades, sorpresas y variaciones, con más o menos alegría.
Pero esto no nos determina como a ratones de laboratorio.
Nuestro desarrollo como individuos y en sociedad, las decisiones valientes que tomemos cada día, el gusto por el intercambio con otras personas, el afecto compartido, la pasión que pongamos en lo que hagamos, el ansia de aprender cosas nuevas, la actitud positiva que tengamos ante la existencia, en definitiva, va a hacer que la cinta transportadora cambie el sentido de la marcha: gracias a los logros de nuestra voluntad, en nuestro cerebro se producirán reacciones químicas que aumentarán nuestra sensación de placer y bienestar y amplificarán nuestra sensación de felicidad.
Seguramente por eso, para Boris Cyrulnik, la mejor metáfora de la existencia es la de Anna Freud comparando la vida a una partida de ajedrez: las primeras jugadas son muy importantes, pero hasta que la partida no se termina, quedan algunas hermosas jugadas que hacer.